jueves, 26 de agosto de 2010

(2 Samuel 13:1-15) Cuán fácilmente un chico joven y soltero puede confundir pasión con amor, deseo con dulzura, aventura con ternura y ebullición hormonal con anhelos de hogar. Eso le pasó a un muchacho de una familia muy acaudalada, famosa y poderosa. Él se llamaba Amnón, era hijo del rey David, y según el relato bíblico un día le confesó a su amigo Jonadab que la causa de que se viera enfermizo era porque estaba profundamente enamorado de su bellísima media hermana Tamar, una jovencita tan linda que parecía sacada de la portada de una revista. Y él sufría el tormento, la angustia, el dolor de estar muy enamorado de ella y tener que llevar ese sentimiento en secreto, pues no le podía hacer nada a una chica que era virgen y que estaba muy bien cuidada por su familia. Lamentablemente Jonadab, el amigo de Amnón, era muy astuto, no sabio, sino astuto, y le aconsejó que se fingiera enfermo e hiciera venir a Tamar con la excusa de atenderlo. Y así fue. Cuando la joven llegó, Amnón mandó a salir de la casa a toda la servidumbre y quedándose solo con ella la violó, a pesar de todas las suplicas que ella le hiciera, e incluso, de proponerle que la pidiera en matrimonio. Pero Amnón no pensaba en ella, sólo en él, en satisfacer su instinto animal, en calmar unas hormonas recalentadas. Y eso que él llamaba amor después se le convirtió en un terrible odio hacia ella, más fuerte que el amor que decía tenerle. Si su amigo Jonadab, en lugar de ser astuto hubiese sido sabio y una buena influencia para Amnón, más bien le hubiera puesto los puntos sobre las íes y le hubiera dicho algo así como: “¡Ah no! Así no, Amnón, así no. No me vas a echar el cuentico de que eso que tú sientes por Tamar es amor, olvídate de eso. Lo que tienes es una obsesión por la belleza de esa jovencita. Tú no la amas, tú la deseas. Tú no piensas en lo mejor para ella, tú piensas en saciarte con ella. Y ese sentimiento se te ha vuelto incontrolable por el hecho de ser algo secreto, prohibido, lo cual te lo presenta como una fantástica aventura. Y como has estado encerrado, con la mente desocupada, pues no haces sino pensar en ella, soñar con ella y tener fantasías nada santas con ella. Si tú realmente amaras a esa joven, pensarías en cómo bendecirla, cuidarla, respetarla, ayudarla y orarías por ella. Vamos, vístete y sal de este encierro. Vamos a jugar fútbol.”

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